Cuenta el
escritor Joseph M. Stowell: Cuando yo era un muchacho, mi padre observaba mi
manera de derrochar el dinero y a menudo decía que el dinero hacía un agujero
en mi bolsillo. Supongo que no es diferente a la manera en que aquellas 30
piezas de plata hicieron un agujero en el corazón de Judas después de
traicionar a Jesús por algo de dinero en efectivo. Imagina cómo debió haberse
sentido al ver a su amigo Jesús con las manos atadas y siendo llevado a juicio.
Judas había visto esas mismas manos calmar la tempestad en el mar y tocar a los
ciegos y tullidos, a toda clase de enfermo y lunático. ¡Cuán a menudo esas
manos amorosas habían tocado su propia vida!
Para Judas,
la plata ya no era una recompensa sino más bien un recordatorio de lo que le
había hecho a Jesús. A cada paso, las
insignificantes monedas entonaban un canto fúnebre de condenación, hasta que
finalmente admitió desesperado: “Yo he
pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:4).
Cuando
hacemos elecciones que traicionan a Jesús, nuestras vidas al final se llenan de
pesar (dolor). Incluso los seguidores bien intencionados se dan cuenta de que,
frecuentemente, su deseo por amarle y servirle se encuentra en una ruta de
colisión (choque, oposición) con el atractivo del dinero, el contenplamiento de
otras debilidades emocionales y tentaciones. Sin embargo, todo aquello que
hemos conseguido sacrificándole a Él, finalmente se convierte en un símbolo
ruidoso de sufrimiento y dolor.
“LAS HERIDAS
QUE CONTENPLAMOS EN NUESTRA ALMA A MENUDO SE CONVIERTEN EN ENFERMEDADES ESPIRITUALES
QUE PRODUCEN TRAICIÓN A JESÚS”. -José Luis Núñez Sánchez